Historias de gatos


La leyenda de los gatos carey

Cuenta la leyenda que, hace muchos siglos, el Sol le suplicó a la Luna que le tapara un rato y que le diera una coartada para ausentarse del cielo, para bajar a la Tierra y ser libre, aunque sólo fuera un momento. 

El Sol quería dejar de ser el centro del Universo, quería que nadie se diera cuenta de su presencia, pasar inadvertido para sentirse liberado. La Luna, ante tanta súplica, accedió, y un día de junio cuando el sól más brillaba, la Luna se acercó al Sol, y le fue cubriendo, poco a poco, para que a los mortales de la época no les sorprendiera de golpe la oscuridad.

El Sol, que desde lo alto hacía millones de años que observaba la faz de la Tierra, no lo dudó ni un segundo, para sentirse libre y pasar desapercibido se hizo corpóreo en el ser más perfecto, rápido y discreto que había: una gata negra. 

Pero la Luna, perezosa, en seguida se sintió cansada, se durmió y sin darse cuenta se fue apartando y dejándolo al descubierto. Cuando el Sol se dió cuenta ya era demasiado tarde.  Salió corriendo hacia el Cielo, y tan rápido huyó, que se dejó una parte de él. Efectivamente,  cientos de rayos de Sol se quedaron dentro de la gata negra.

Desde entonces, todos los gatos que nacieron de aquella gata negra fueron llamados gatos carey.  Su manto oscuro se ve roto por cientos de rayos rojos, amarillos y naranjas. Y lo que la gente tampoco sabe es que su origen solar les atribuye propiedades mágicas, ya que atraen la buena suerte y las energías positivas.


La leyenda de las gatas tricolor

En el siglo XII, los monasterios en el norte de Tibet solían estar en permanente desacuerdo.  Monologaban sobre cuestiones teológicas, sin escucharse ni llegar a un acuerdo, lo que creaba desunión y malestar. Fue entonces cuando tres monjes pidieron un ayuno por tres días para tranquilizar su espíritu. Y pasaron los tres días. 
A la mañana siguiente apareció en la puerta del monasterio una gata tricolor, abandonada junto a sus crías recién nacidas. Los monjes consideraron que podría ser una señal, y dieron cabida en el monasterio a esta pequeña familia.
Era tal la abnegación, sumisión y cuidado que procuraba la madre, que por días solo hablaron de las bondades de su “tricolor” y olvidaron las diferencias entre ellos. Los monjes se reunieron a meditar sobre esto, hasta que el más joven dijo: “sé el secreto de esta joven familia”.


El monje más anciano, simplemente cerró los ojos, y extendiendo sus manos preguntó: 
- ¿Cuál es ese poderoso secreto que nos ha calmado a todos?
 Y el joven respondió: 
- Ella posee los tres colores.  El blanco y el negro son el ying y el yang, los opuestos, nosotros; pero su manto es de color habano, como la tierra, nuestro lugar. Sin lugar a dudas  significa que aquí podemos conciliar nuestras diferencias si nos ensamblamos, formando un crisol tan bello como el manto de esta gata.
El anciano lo miró, bebieron juntos el té y el joven lloró. Un silencio extenso se extendió entre ambos. De pronto, el anciano tocó su frente y le preguntó:
-  ¿Te has dado cuenta que son hembras las tres, qué significado tendría que no existiera un macho entre ellas?
Y el joven contestó:
- Usted y yo tenemos algo en común, aunque las distancias del saber nos separen, ninguno de nosotros tiene el don de la vida, una mujer sí lo tiene, por ello son hembras, traen el mensaje de lo nuevo, la mutación, el cambio mientras nosotros somos permanencia.
El anciano lloró, se retiró en silencio, y a la mañana siguiente dejó el monasterio en manos del joven, con la misión de preservar a la pequeña familia, partiendo hacia las montañas.
La leyenda, después de ocho siglos, tiene ribetes de realidad, y las gatas tricolor mantienen su misticismo.





El gato siamés



Cuenta la leyenda que los gatos siameses eran muy difíciles de conseguir. Crecían solamente   como un favor especial del Rey de Siam, actualTailandia, que mantuvo la raza enteramente dentro de su palacio y lo consideraba el gato real de Siam. Era tratado como un animal sagrado. Sus dueños sólo podían ser de sangre real o  sacerdotes. El robo de uno de los Gatos Reales de Siam de la Corte Real era castigado con la muerte.

Se los colocaba dentro de la tumba del monarca y cuando salían por un orificio dejado para tal propósito, se decía que el alma del rey había entrado en el gato como parte de su viaje a la siguiente vida.El Siamés es, quizás, una de las razas de gatos más conocidas a nivel popular.

El primer siamés que apareció en Inglaterra fue un obsequio del Rey de Siam a el Cónsul General Británico en Bangkok –Owen Gould-.  En realidad fue una pareja de siameses y como curiosidad fue exhibida  en Londres y en el Palacio de Cristal en 1871.

Entre 1884 y el fin del siglo varios gatos siameses se importaron desde Inglaterra y fueron registrados.  Se cuenta que los gatos siameses solían tomar parte de los funerales de los reyes tailandeses. 

El color del Siamés original era el clásico “seal point” (color foca): puntos castaños y cuerpo color crema cálido. Con el paso del tiempo, los criadores desarrollaron más colores con sus programas de cría, pero llevó mucho tiempo reconocerlos. Recién en 1931 se aceptó el color blue como una variedad más. En los 50s y 60s se aceptaron los colores chocolate y lilac point y, aproximadamente a mediados de los 60s, se aceptaron los tabby points y los red points. Aún hoy, entidades como la CFA (USA) no reconoce otros colores que los clásicos seal, blue, chocolate y lilac. El siamés original tenía ojos estrábicos y anillas en la cola. Sin embargo, el estrabismo y los nudos  en la cola son considerados hoy faltas graves por los puristas de la raza, pero alguna vez fueron tan comunes que se tejieron toda clase de leyendas alrededor de ellos.

 Una leyenda cuenta sobre una valiosa copa perdida y dos gatos Siameses encargados de buscarla. Cuando los gatos encontraron la copa, un gato se quedó para cuidarla mientras el otro regresó con las buenas noticias.

El gato de guardia, una hembra, estaba tan angustiada de poder extraviar la copa nuevamente que ciñó su cola herméticamente alrededor de ella y la sostuvo tan firme que su cola se retorció permanentemente. Y todo el tiempo en que estuvo esperando el regreso del otro gato, miró fijamente la copa pues temía que ésta desapareciera y sus ojos quedaron bizcos.

Otra leyenda cuenta sobre una princesa que, cuando tomaba sus baños, temía que le robasen sus anillos y entonces se los confió a su gato siamés. Ella puso los anillos en la cola del gato pero, cuando el gato se durmió, los anillos se cayeron. Así que la princesa ató un nudo en la cola del gato para que esto nunca pudiera pasar de nuevo y así nació la característica cola del gato siamés.